Los ROVs en la industria actual: ojos y manos remotas bajo el fondo marino
Ojos y manos remotas bajo el fondo marino
Los ROV se han consolidado como aliados esenciales en cualquier operación subacuática, combinando precisión tecnológica, seguridad y eficiencia en sectores que transforman el trabajo bajo el mar

En el dinámico universo de las operaciones subacuáticas, pocas tecnologías han alterado tanto la forma de trabajar como la llegada de los ROV (Remotely Operated Vehicles). En apenas una década, estos vehículos operados a distancia han pasado de ser soluciones para casos puntuales a convertirse en aliados cotidianos para inspeccionar, documentar, intervenir y mantener infraestructuras bajo el agua.
Plataformas de petróleo y gas, parques eólicos marinos, puertos, acuicultura, presas y embalses, campañas científicas u operaciones de emergencia: allí donde el medio hiperbárico impone límites a los profesionales submarinos, uno de estos equipos abre una ventana segura al fondo.
El uso masivo de ROV no es una tendencia pasajera, sino que responde a una combinación de seguridad, eficiencia, reducción de costes en determinados escenarios y una demanda cada vez más exigente de documentación visual y trazabilidad.
También refleja una transición profesional relevante, ya que cada año más buzos comerciales se forman como pilotos técnicos de ROV, ampliando su perfil con competencias que los hacen más versátiles y, sobre todo, más seguros en el desempeño.

A continuación, exploraremos en este reportaje las claves que explican el auge de los ROV y despejaremos cuestiones como el porcentaje de las operaciones subacuáticas que ya requieren su uso y cómo esto ha transformado la industria en los últimos cinco años; el papel de las renovables marinas y otros sectores emergentes como motores de demanda de estos equipos; los factores que impulsan su adopción (como la seguridad, eficiencia, costes y trazabilidad); y la evolución de las flotas y su tecnología asociada.
Analizaremos la disponibilidad real de pilotos técnicos cualificados, los trabajos en los que el ROV sustituye o complementa al buzo, qué clases y modelos resultan más versátiles, y si la inversión es rentable.
Cerraremos con una mirada al futuro inmediato. Un panorama con más operaciones, nuevas industrias, mayor autonomía y una formación de pilotos cada vez más profesionalizada y en expansión.
Operaciones con ROV
Antes de bajar a casos concretos, conviene dibujar el mapa de operaciones donde el ROV se ha vuelto imprescindible. Su huella crece allí donde la inspección sistemática, la repetición precisa de recorridos y la trazabilidad de datos marcan la diferencia. Esos entornos son, sobre todo, parques eólicos marinos, tendidos de cables eléctricos y de telecomunicaciones, presas y embalses, puertos y acuicultura.
En estos espacios, permanecer más tiempo en el agua sin fatiga, volver exactamente al mismo punto y documentar cada intervención con vídeo y sensores convierte al ROV en la opción natural para mantenimiento, verificación y apoyo a la intervención ligera. La clave no es sustituir al buzo, sino reducir su exposición y multiplicar la calidad de la evidencia.

Con esa lógica, empresas que hace pocos años apenas lo empleaban hoy integran flotas más capaces, en paralelo a la expansión de sectores como las renovables marinas.
Desde ese marco, así describen el terreno quienes los operan a diario. “Las operaciones más demandadas para el uso de ROVs, bajo mi experiencia, son inspecciones y mantenimiento en parques eólicos (windfarms) y tendidos y reparación de cables submarinos, ya sean de telecomunicaciones o de energía eléctrica”, explica Sergio Romero, de Deep Underwater Works.
Este experimentado buzo y piloto opina convencido que los parques eólicos marinos, por su escala y sus requerimientos de operación y mantenimiento, han convertido al ROV en una herramienta casi inevitable. Hay que revisar estructuras, localizar y diagnosticar cables, y comprobar de forma recurrente la integridad de determinadas superficies.
La ventaja del ROV frente a la presencia del buzo es que puede permanecer más tiempo en el agua, repetir recorridos con precisión y capturar imágenes que luego se analizan con calma, sin exponerle a corrientes, visibilidad marginal o entornos confinados.
Esa preferencia por la inspección remota también se extiende a otras áreas menos mediáticas que la eólica. “Donde sí hemos visto un aumento muy notable es en la acuicultura, en trabajos en pantanos y en operaciones a media y gran profundidad”, cuenta Daniel Macpherson, de Macpherson Servicios Subacuáticos.
Hemos notado un aumento notable en la demanda de ROVs para proyectos en pantanos, trabajos en la acuicultura e incluso en tareas a media profundidad
En todos esos casos el denominador común es el mismo. Es decir, cuando el riesgo para un buzo es elevado por profundidad, la contaminación del agua, el espacio reducido o la inestabilidad estructural, el ROV deja de ser una alternativa, que se convierte en la opción razonable. “En esos casos el ROV es la herramienta ideal, siempre que haya buena visibilidad, porque si no tampoco sirve de mucho”, incide Macpherson.
A pesar de que en algunos países el despliegue de renovables marinas aún no tiene el peso que tiene, por ejemplo, en el norte de Europa, la tendencia de la industria es inequívoca. “Sin ninguna duda, las windfarms se llevan la palma en operaciones con ROV”, comparte Gregorio H. Jensen, de SOH (Sociedad Oceanográfica Hiperbárica). “Básicamente estos sectores evitan a toda costa que estos trabajos lo realicen los buzos comerciales”. La prioridad por reducir accidentes, acotar la exposición humana y mantener la continuidad de servicio empuja a clientes y operadores hacia soluciones remotas.
Otra forma de entender el fenómeno es observar la evolución interna de las empresas. Macpherson reconoce que hace cinco años el uso del ROV en su compañía era “casi anecdótico”. Hoy forma parte del día a día, con una curva de adopción que alternó picos de crecimiento y etapas de consolidación, pero sin retrocesos.
En SOH el salto ha sido aún más explícito y explican que “actualmente prácticamente el 100 por cien de los trabajos los realizan con ROVs, y hace 5 años se limitaban a un 50 por ciento del volumen de proyectos”, dice Jensen.
En Deep Underwater Works, donde el ROV nació pegado a la marca, Romero explica que desde el principio volaban “nuestro mini ROV junto con los buzos”, para ganar una segunda mirada del punto de trabajo y una mejor monitorización del buzo.
El trabajo conjunto de ROVs y buzos ha sido una de las claves del cambio ideológico del sector, donde ya no se trata de elegir entre máquina y persona, sino de orquestar ambos recursos para lograr operaciones más se
Por qué y cuándo emplear un ROV
Si preguntamos por qué ha crecido tanto el uso de ROVs a quienes los operan, el primer motivo es la seguridad. “El principal factor ha sido la seguridad, al reducir los accidentes con los profesionales subacuáticos”, subraya Jensen.
El segundo gran vector es la eficiencia, porque un ROV no tiene límites fisiológicos de tiempo o profundidad y puede permanecer en el agua horas o días con los relevos y mantenimientos adecuados. “Los factores que han hecho crecer la demanda de los ROV son la fácil movilización, costes más económicos que el equipo de buzos y la eficiencia en las operaciones”, añade Romero.
En la misma línea, Macpherson recuerda que los clientes valoran la posibilidad de disponer de “un registro visual adicional”, una capa de evidencia que refuerza la confianza en el trabajo realizado y facilita auditorías, comparativas temporales y decisiones de intervención.
Hace falta ya una regulación y un reconocimiento formal del puesto de técnico de ROV, que defina sus competencias, niveles de formación y responsabilidades
Esa demanda de calidad de datos ha tenido una consecuencia directa en la tecnología que planea bajo el agua. Los mini y light work class actuales ya no son simples cámaras con hélices. Ahora integran sónar, sondas de medición de espesores, muestreo de aguas y lodos, sensores de corrosión y, en muchos casos, brazos de manipulación ligera. “Recientemente hemos adquirido un nuevo mini ROV, que va equipado con sonar, sensores de medición, toma de espesores, muestreo de aguas y lodos…una herramienta muy completa”, detalla Romero.
En Macpherson, la consecuencia práctica del aumento de encargos ha sido pasar de un equipo a dos, y ya valoran un tercero. Para Jensen, la expansión es un proceso continuo, por eso “debido a la actualización de los equipos en términos de prestaciones y tecnología”, su flota y los accesorios crecen y se renuevan de forma casi constante.
La cuestión humana, sin embargo, sigue marcando el ritmo. Encontrar pilotos técnicos de ROV con formación y habilidades certificadas no es sencillo. “En España está todavía empezando a desarrollarse muy lentamente, con lo cual no es fácil encontrar”, admite Gregorio H. Jensen.

Macpherson coincide en dicha afirmación y sostiene que “hay pocos perfiles especializados y muchas veces tenemos que formar nosotros mismos a nuestros técnicos y buzos”.
La transición del buzo a piloto tiene lógica, puesto que la orientación espacial bajo el agua y el conocimiento del medio ayudan, eso sí requiere tiempo, estructura y una inversión sostenida en capacitación.
La experiencia de Sergio Romero difiere y manifiesta que, por ahora, “encontrar un perfil afín para la operación no suele ser complicado”.
Pero sí hay un común acuerdo entre nuestros tres interlocutores, y es que “hace falta una regulación y un reconocimiento formal del puesto de técnico de ROV (desde trainee o aprendiz a supervisor o superintendente) y acentúan su opinión cuando se refieren a España. “Los pilotos son técnicos muy especializados y debe existir una normativa para estos perfiles”, reivindican.
Los trabajos en los que un ROV puede sustituir la labor de un buzo es una cuestión que requiere hacer matices. En inspección visual, documentación sistemática, mediciones no destructivas, muestreos, verificación de cables o apoyo a la intervención, el ROV se ha ganado el sitio.
En el sector, ya no se trata de elegir entre máquina o persona, sino de orquestar ambos para lograr operaciones más seguras y precisas”
Puede salir con mala mar relativa, volver al mismo punto, repetir trama, cotejar imágenes, entregar vídeo estabilizado y, si hace falta, acompañar al buzo para que este llegue a la tarea con la mejor información previa del entorno.
“El ROV realiza prácticamente los mismos trabajos que el buzo, solamente que, de distinta forma; al eliminar la parte biológica del medio marino, ganas en seguridad y se reduce la siniestralidad”, afirma el representante de Deep Underwater Works. También puede permanecer “meses sin volver a cubierta”, recuerda, con la precisión añadida de que hablamos de ciclos largos de operación supervisada y mantenimientos programados.
Pero también hay límites, porque “el buzo realiza trabajos que, a día de hoy, no puede realizar un ROV, como por ejemplo una soldadura. Por el momento no tengo información de ningún ROV que pueda hacer eso”, aclara.
Macpherson ubica con claridad el terreno del ROV cuando la evaluación de riesgos hace inviable la inmersión humana en aguas contaminadas, espacios confinados o profundidades excesivas. “Ahí el ROV no es una opción, sino que se convierte en la única solución.
Del casco de buceo al control remoto: así es la nueva generación de pilotos ROV
Muchos profesionales con años de experiencia bajo el agua, operan ahora desde la superficie estos drones con precisión y criterio

En la cabina de control, a salvo de las inclemencias del tiempo y el oleaje, el piloto ROV afronta su labor con habilidades propias. Cambia el regulador por un joystick, el manómetro por un mosaico de cámaras y sensores, y el “instinto de agua” por una coreografía de empuje, contracorriente y referencias en pantalla.
Lo que no cambia es el objetivo, que siempre es hacer posible, con seguridad y precisión, trabajos que debajo del agua exigen oficio y cabeza fría. En esta segunda parte del reportaje ponemos el foco en quienes manejan esos vehículos operados a distancia, cómo se forman, dónde encuentran trabajo y qué implica, en términos de carrera y de vida, dar el salto del casco a la sala de control.
La motivación para cambiar la manera de moverse bajo el agua, suele ser una mezcla de curiosidad técnica, ambición y lectura realista del mercado. “Uno de los motivos para tomar la decisión de formarme como piloto de ROV fue seguir creciendo a nivel profesional. Nunca me gustó estar acomodado; considero que eso es estar ‘muerto’ en sentido figurado”, confiesa Sergio Romero, quien hoy supervisa operaciones con ROV. Su reflexión es compartida con muchos profesionales del sector que no quieren abandonar el buceo, sino sumar una competencia que amplía horizontes. En sus palabras, la elección del ROV fue una apuesta “mirando al futuro tanto laboral como personal”.
Arístides Sánchez Najarro, también buzo en saturación y piloto, lo formula de forma parecida: “Me motivó observar el desarrollo de la industria y la sensación de que la evolución se dirige a una mayor capacidad de los ROV para hacer tareas que antes solo hacían los buzos. Ofrece más mercado, especialmente uno que está en auge y a la vanguardia de los proyectos offshore e inshore”.
Pero ¿es una opción de futuro sólida?. Ambos coinciden sin titubeos. “Sin ninguna duda”, responde Romero, aunque enseguida puntualiza que “la figura del buzo comercial es imprescindible”. La solidez del ROV, añade, tiene que ver con su capacidad para ofrecer inspecciones “con mayor calidad que la que ofrece el ser humano”, no por destreza, sino porque “van equipados con una inmensa cantidad de sensores que hacen que los datos sean más exactos” y operan “a profundidades o tiempos que los buzos no pueden realizar”.
Sánchez Najarro coincide en el diagnóstico y explica por qué los armadores y contratistas compran el argumento. “Reduce gastos, da más seguridad y multiplica la operatividad de las compañías. Es, sin lugar a dudas, una apuesta por el futuro”, asevera.
La gráfica de la demanda, eso sí, cambia según el mapa. En España, admiten, aún no hay un tejido de infraestructuras submarinas equiparable al de países más petroleros o con eólica marina madura. “En mi zona habitual de trabajo no hay mucha demanda; se está empezando ahora y los ROV usados son para inspecciones simples, porque uno de mayor envergadura se sale del presupuesto”, relata Romero.
Sánchez Najarro, con experiencia internacional, matiza que la demanda existe “a nivel internacional especialmente”, mientras que en España “también la hay, pero a niveles más bajos”. Es por eso que quienes están dispuestos a moverse con sus certificaciones en regla, suelen encontrar más puertas. Una de ellas es a bordo de buques con posicionamiento dinámico (Dynamic Positioning Vessels) que viajan de manera itinerante a donde hay trabajo.
El catálogo de operaciones que requieren pilotos es tan amplio como el de la industria submarina moderna. Algunas de ellas se desarrollan en los tendidos de cables eléctricos o de telecomunicaciones en los que hay que abrir el fondo (con técnicas denominadas plough o jet trencher). Igualmente, en la construcción submarina con ROVs de clase work class; en inspecciones y mantenimiento con work class o mini work class, según profundidad y complejidad; y en sondeos, que combinan cámaras, sónares y mediciones.
El piloto, en ese abanico, no solo maneja el vehículo, sino que interpreta lecturas, coordina el survey, ajusta la misión a la corriente real y, sobre todo, decide con criterio cuándo insistir y cuándo regresar para no malgastar horas valiosas.
La formación
Para llegar ahí, la formación importa. Romero se certificó en QSTAR, en Barcelona, “la única oferta formativa certificada en España” cuando él se matriculó. “Para mí es muy importante tener una certificación IMCA si tienes intención de trabajar offshore; de todas formas, luego debes realizar trámites de certificación de competencia por MTCS, algo muy tedioso”.

La idea que subyace es sencilla y contundente, puesto que una formación reconocida es un idioma común para empleadores y auditores, una garantía mínima de que el piloto conoce procedimientos, seguridad, mantenimiento y operación. “Sin un organismo que certifique unos parámetros mínimos, la enseñanza sería un caos; con IMCA, el futuro empleador tiene la garantía de que sus trabajadores estarán debidamente formados, y eso se refleja en más contratación”, añade Sánchez Najarro, que también pasó por QSTAR.
Quienes pilotan un ROV combinan la mirada del buzo con la precisión del ingeniero. Ser piloto es seguir bajo el agua, pero con una perspectiva más segura, técnica y duradera
En el aula y en el taller, ese estándar se vuelve materias concretas con observation y work class, simuladores de navegación y brazo, maniobras de intervención, mantenimiento eléctrico y electrónico, diagnóstico de fallos y, muy especialmente, práctica en entornos realistas.
La escuela, además, funciona como bisagra con la industria e implementa la formación con jornadas de aprendizaje, networking, actualización técnica y, a veces, el primer contacto con las agencias que gestionan las tripulaciones.
Pero el título, sin embargo, no coloca automáticamente a nadie en el control room. Tras el curso viene “el trabajo más duro”, avisa Romero. Hay que afinar el currículo, tejer contactos, llamar a los encargados de reclutar pilotos, insistir. “No es nada fácil entrar en el mundo offshore. Hay que ser muy constante y tener claro que, si te ofrecen algo, será en las fechas que nadie quiere trabajar (como navidad o meses de verano), trabajos menos gratificantes y, cuando llegas a bordo, comienzas asumiendo las tareas menos llevaderas”.
Con paciencia, añade, “después consigues hacerte un sitio y todo va fluyendo por sí solo si haces bien tu trabajo”. Su proceso de promoción profesional así lo atestigua y actualmente es contratado como supervisor de equipos ROV por recomendación de varios superintendentes.
Sánchez Najarro confirma esa curva de crecimiento en la industria y afirma que “inicialmente buscan pilotos con experiencia, así que los comienzos nunca son fáciles. Pero con paciencia y haciendo las cosas bien, la mayoría podrá salir adelante en el mercado actual”. Él mismo arrancó con proyectos fuera de España antes de consolidar su posición.
De buzo a piloto
El puente entre el mundo del buzo y el del piloto es, sobre todo, mental. Los buzos que toman el joystick traen herramientas importantes que les permiten no empezar de cero.
Por ejemplo, la comprensión del entorno, la incidencia de las corrientes marinas, qué puede ver una cámara con turbidez y qué no, los riesgos de enganche de un umbilical y entre otras cosas.
“Intento extrapolar todo”, reconoce Romero. “Los buzos conocemos bastante bien cómo afectan las corrientes al movimiento o la visibilidad. Al haber usado nuestros sentidos para realizar trabajos, tenemos una perspectiva diferente a los pilotos que no vienen de bucear”. En una entrevista de trabajo, recuerda, le dijeron que “los mejores pilotos que han tenido han sido buzos profesionales anteriormente”.
Sánchez Najarro coincide en esta peculiaridad. “En mi caso, todo lo que utilizo en el mundo del buceo ha sido una ventaja extra añadida a mi carrera como piloto”. La transferencia del ROV al buceo es más tenue, aunque los conocimientos del curso de ROV “siempre son útiles para tener una imagen global más precisa de cualquier operación”, opinan nuestros interlocutores.
El trabajo en cabina trae, además, un paquete de efectos colaterales que muchos valoran, pues cambia la organización del tiempo con respecto al buceo, así como el desgaste físico y la convivencia a bordo. “Más calidad de vida en el desarrollo de tus funciones, mejores condiciones laborales, más ofertas de trabajo”, enumera Sánchez Najarro.
“Se te da mejor consideración en la escala profesional dentro del barco, lo que se refleja en mejores cabinas y un trato más respetuoso. Más seguridad y menos penosidad laboral, acompañado de buenas condiciones económicas. Además, pasas menos tiempo fuera de casa y hay más opciones de trabajo en mercados próximos o incluso dentro de Europa”, añade.
Su reflexión final no es casual. Sostiene que “nadie desea estar con 55 años haciendo seis horas de agua al día”. El ROV, para muchos, es la vía natural para alargar carrera y cuidar el cuerpo sin renunciar al mar.
Todo ello empuja al debate de la profesionalización del puesto. En España, tal como coinciden muchos operadores, todavía falta una regulación que reconozca de manera explícita la figura del técnico de ROV, así como su escala de responsabilidades, que engloba al trainee o aprendiz, piloto, supervisor y, finalmente, superintendente.
La industria, mientras tanto, se apoya en estándares internacionales y en un conjunto de cursos de seguridad y cumplimientos que, junto al logbook y a las horas efectivas de vuelo, trazan el perfil de un candidato empleable. En paralelo, las propias empresas completan el rompecabezas con formación interna y adiestran con procedimientos corporativos, checklists, software de misión, gestión de riesgos y cultura HSE (en relación a la institución británica Health and Safety Executive).
El resultado es una profesión que crece y se ordena a la vez, con la expectativa de que el reconocimiento normativo acompañe el peso real que ya tiene a bordo.
Conclusión
Hay quien se pregunta si esta actividad es una alternativa o un complemento al buceo. Quizás, la respuesta más honesta es “ambas”, según el momento profesional y la salud de cada cual.
Para Romero, la dicotomía es artificial. “Considero que son trabajos similares que deben estar complementados, porque el ROV aporta la parte técnica y el buzo, la parte humana. La sintonía entre ambas es algo esencial para ciertos trabajos”.
Sánchez Najarro lo ha vivido como alternativa temporal que quizá se convierta en su única línea si así le conviene. Lo que ninguno discute es el lugar que hoy ocupan los ROV, y sus pilotos, en cubierta. “Son y somos totalmente esenciales”, dice Romero.
Ese ecosistema explica por qué actualmente las tripulaciones incorporan la división de ROV dentro de un proceso natural, que nadie de a bordo discute porque sencillamente hace un trabajo necesario.
Contar con una formación certificada por IMCA aporta más garantías a los futuros pilotos ROV
En la industria offshore, donde la precisión y la seguridad son innegociables, los vehículos operados remotamente (ROV) se han convertido en una herramienta esencial para la inspección, el mantenimiento y la intervención subacuática.

Estos equipos sustituyen a los buzos en entornos de alto riesgo y requieren de una operación altamente especializada. La International Marine Contractors Association (IMCA) establece los estándares internacionales que regulan tanto la operación de ROVs como la formación y competencias del personal técnico. Entre los documentos de referencia destacan los IMCA C 005 (‘Guidance on competence assurance’ ) e IMCA R 010 (‘Recommended minimum qualifications for ROV personnel’), que definen los perfiles profesionales, niveles de responsabilidad, horas de pilotaje requeridas y procedimientos de seguridad que deben cumplir los operadores.
Según estas directrices, un piloto técnico de ROV debe estar capacitado para realizar maniobras de precisión, interpretar sistemas de control, diagnosticar averías y operar en coordinación con equipos de buceo, geotecnia o ingeniería submarina.
La formación certificada por IMCA es, por tanto, la única vía que garantiza el cumplimiento de estos requisitos internacionales y el acceso al mercado laboral global.
En España, el QSTAR ROV Training Center, con sedes en Barcelona y Las Palmas, se ha consolidado como centro de referencia internacional, un proceso que se reafirmó con el reconocimiento oficial de IMCA a sus procesos de formación teóricos y prácticos y cuya certificación fue entregada por Roger Moore, auditor de la institución.
Sus programas formativos combinan teoría, simuladores de última generación y prácticas en entornos reales offshore, cumpliendo con los estándares de la industria.
Contar con una certificación IMCA no es solo un mérito académico, sino una garantía profesional. Se erige como puerta de entrada a una carrera en constante crecimiento dentro del sector offshore y de la robótica submarina.
